Después del estreno de Nabucco (primavera de 1842), el empresario de La Fenice de Venecia (el conde Alvise Mocenigo) demostró interés por representar en su teatro una nueva ópera verdiana ofreciendo ventajosas condiciones económicas. Verdi no pudo aceptar pues estaba todavía comprometido con La Scala para “I lombardi alla prima crociata”. Mocenigo volvió a la carga cuando esta última se estrenó (febrero de 1843) y ambos se pusieron de acuerdo para representar Nabucco en Venecia (alcanzó 25 funciones) y luego “I lombardi” (que en Venecia resultó un fracaso). La dirección de La Fenice insistió nuevamente en que compusiera una ópera para la que había que buscar un título, un libretista y los términos financieros del contrato. Las negociaciones económicas fueron arduas y en ellas Verdi consiguió imponer su voluntad después de batallar duramente con Mocenigo: así se demuestra en una carta al citado empresario del 3 de mayo de 1843 en la que le pide, sin posibilidad de rebaja, 6.000 liras austriacas y la propiedad de la partitura.
Como el compositor era consciente de que tenía que cambiar de género si no quería repetirse, entre las condiciones exigió su absoluta libertad para elegir el argumento y el libretista. Después de muchas y largas vacilaciones, Verdi se decidió por Ernani- drama totalmente centrado en los conflictos individuales de los protagonistas- que marca el primer acercamiento del compositor a las poéticas del teatro romántico europeo. Respecto al libretista y tras haber descartado varias posibilidades (entre ellas una nueva colaboración con Solera), eligió finalmente a Francesco Maria Piave, recién contratado como poeta en el teatro veneciano de La Fenice y destinado a convertirse, con sus diez libretos para Verdi, en su mas prolífico y dúctil colaborador.
Después de superar algunas reservas por parte de Verdi, el compositor y su nuevo libretista empezaron a congeniar: existe abundante correspondencia que demuestra la simpatía recíproca. El libreto fue prácticamente escrito en conjunto ya que Verdi guiaba la pluma del poeta pidiéndole “brevedad y fuego” y, a veces, le aconsejaba ceñirse al texto de Hugo. El libreto quedó terminado a mediados de noviembre pero desde hacía varias semanas, la censura austriaca estaba revisando las partes que le iban enviando y exigió muchas modificaciones. La exaltación del bandolerismo, la representación en escena de una conspiración contra el poder, la ridiculización del personaje del soberano a quien el público podía identificar fácilmente con el emperador de Austria, todo esto amenazaba con propagar los ideales patrios y atentar contra el orden público. De manera que Verdi tuvo que reprimir su rabia y aceptar retoques. Estas modificaciones y la intervención personal del conde Mocenigo hicieron que, por fin, fueran superados los problemas de censura.
Cuando llegó a Venecia el maestro a principios de diciembre, la partitura estaba muy avanzada. Todavía faltaban los últimos retoques, incorporar las modificaciones de la censura y musicar todo el cuarto acto que el libretista aún no le había entregado. El clima veneciano agravó el estado de salud de Verdi junto con el estrepitoso fracaso de “I lombardi alla prima crociata” que fue rotundamente silbada, el pánico escénico que siempre le entraba en los estrenos y las relaciones bastante tensas con la dirección de La Fenice por causa de la elección de los cantantes.
Respecto a este último punto decir que al principio le impusieron escribir el papel protagonista para una contralto (Carolina Vietti) aunque luego fue cambiado por un tenor (Domenico Conte) que no gustaba en absoluto a Verdi por lo que tras mucho insistir, accedieron a intentarlo con Raffaele Vitale, que tampoco le satisfizo, por lo que quedó definitivamente decidido que fuera el mas experimentado Carlo Guasco. Como el bajo Mei (encargado del rol de Silva) declinó cantarlo, Verdi buscó un sustituto entre los miembros del coro (Antonio Selva). También con la soprano Loewe tuvo dificultades pues le exigía que la ópera concluyera con un rondó final a ella dedicado. Es bien sabido que la obra termina en un terceto (Ernani, Elvira y Silva) y el argumento del maestro para no acceder a componer el rondó fue: “Y los otros dos ¿que harán?”.
Toda esta serie de dificultades se agravaron aún mas pues el tenor Guasco no pudo llegar a Venecia hasta comienzos de enero lo que le obligó a trabajar día y noche para aprenderse el papel. Tal era el estado de ánimo de Verdi, que en una carta a Luigi Toccagni (periodista de Milán), decía: “Le escribo con lágrimas en los ojos y no pienso en otra cosa que en irme de aquí”. A pesar de todo, llegaron al ensayo general en un clima que daba por supuesto el éxito de la obra. Por toda la ciudad circulaban copias de la partitura y en las plazas y a lo largo de los canales, la gente cantaba las principales arias de la ópera. Llegados de otras ciudades de la Italia del norte, entre ellos Milán, grupos de admiradores formaban fila ante las taquillas de La Fenice para asegurarse de conseguir entradas para el estreno que tuvo lugar el 9 de marzo de 1844. Pero el mismo día del estreno hubo numerosos problemas: Guasco se enfadó, gritó y casi no le quedó voz para la función, a la Loewe se le escaparon en el escenario algunas notas falsas y una parte de los decorados no llegó a tiempo por lo que tuvieron que arreglarse con lo que tenían.
Pero el público, conquistado de antemano y fascinado por la belleza de la música, pasó por alto los inconvenientes, aplaudiendo todos los pasajes y llamando al compositor a escena al final de cada acto. Verdi podía seguir renegando y quejándose de no haber tenido “simplemente cantantes que sepan cantar”, pero estaba claro que había aprobado su examen ante un público con fama de difícil. Lo mimaban. Lo acompañaban al hotel después de la funciones. Era recibido y tratado con honores en los palacios de los ricos patricios. Todas las personalidades de renombre de la ciudad, consideraban un honor frecuentarlo.
Decir finalmente que en Nápoles (1847) y como siempre por motivos de censura, se representó con el título de “Il proscritto ossia il cosaro di Venecia” y en el Teatro Carolina de Palermo como “Elvira d’Aragona” en 1844.
Extracto de T.O de Verdi
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